Opinadores serviles al viejo régimen
ÁGORA – ESPACIO DE LAS IDEAS
En Colima, bastó menos de un año de un gobierno de transición que pretende enterrar los 90 años de prianato fundando un proceso nuevo, para que algunos mostraran su verdadera cara y otros la reafirmaran.
Entre esos se encuentran tres grupos: están los primeros, los opinadores que nunca se comprometieron y que, desde el privilegio, siempre arropan la bandera de una “dignidad” muy cómoda para pintarse finalmente como rebeldes estériles.
Están otros, los opinadores que golpean al gobierno en turno por berrinche, porque no reciben dinero desde el poder como antes, o que en el peor de los casos, se hacen pasar por periodistas éticos, críticos y profesionales, cuando en realidad tienen un cargo en el PRI, como el caso de su secretario de prensa y propaganda.
Está el tercer grupo, los detractores sin nada que perder, pero con la firme y paciente tarea de ir rescatando lo viejo, lo podrido, sembrando la idea cada que pueden de que era mejor el régimen anterior.
Los del primer grupo son los opinadores siempre indignados pase lo que pase, sea el proceso que sea, pero CÓMODAMENTE DIGNOS, criticando todo, sintiéndose los eruditos del “está todo mal”, del “esto no es por lo que LUCHAMOS”, y del “no lo digo yo, lo dice la gente”; quedándose con el análisis más conveniente y simplón que se acopla a su panfleto, y que lo repiten hasta la náusea como si fuera una verdad científica. Opinar todo lo malo sin comprometerse a nada es muy cómodo.
Sobre los del segundo grupo no es necesario abundar mucho, simplemente no tienen cara. Pueden opinar de lo que quieran y como quieran, como cualquier persona, porque gozamos de libertad de expresión, aunque su calidad moral esté por los suelos.
Por otro lado, los terceros, los hipócritas también de siempre, son los que utilizan cualquier coyuntura y cualquier escenario para tratar de reconquistar sus privilegios de corrupción y podredumbre, pronunciando discursos colmados de obviedades pero que les funciona, y lo saben hacer muy bien, pero igual que los dos grupos anteriores, no aportan nada, salvo odio y desesperanza.
Para ser más claros: por un lado, se encuentra la rebeldía sin pies ni cabeza, la que simplemente reniega porque piensa que la dignidad radica en ello: “soy tan suficientemente digno o digna en tanto me mantenga en un margen que exprese mi desacuerdo, mi inconformidad, mi rebeldía, porque este gobierno no es lo suficientemente transformador para mi gusto, para mi forma de pensar”.
Y, como si no bastara con eso, para hacer honor a su idea y para satisfacer sus caprichos personales, explotan el lugar común, de lo que pareciera ser raciocinio pero que claramente es una autoafirmación desde el sentir más perene, porque esa fórmula nunca falla.
Acuden a lo obvio para fortalecer sus dichos: “esto es más de lo mismo porque no han metido a la cárcel a tal o cual personaje”, “es más de lo mismo porque mantienen sistemas que en el pasado existían”, “son la misma cosa porque entre sus funcionarios tienen a personajes que no abonan y que vienen del viejo régimen”.
Nunca han comprendido que los procesos de transformación pacíficos llevan su tiempo y que justamente ahora se deben llevar a cabo pensando en la construcción de la paz, la no violencia, el avanzar con estabilidad. Se olvidan de todo porque quieren confrontaciones, choques, rupturas ciegas sin pensar en consecuencias.
Mientras los opinadores, tanto los pseudo rebeldes como los hipócritas siguen alimentando un ambiente hostil cargado de decepción cómoda y apresurada con sus opiniones cero constructivas, los verdaderos opositores a la esperanza y al cambio siguen fortaleciéndose, siguen tejiendo lo que se les rompió desde 2018.
Esos opositores pacientes y malévolos, se aprovechan enteramente de ese amiente hostil, porque es su naturaleza resurgir, porque quieren volver a gobernar para seguir con las políticas del saqueo, del entreguismo, del “primero los privilegiados”.
Son esos que se paran en tribuna en el Congreso para aprovechar cualquier momento, gritar verdades a medias o de plano mentiras, no importa, mientras sigan secundando la idea de que “todo está mal”. Se la saben de todas todas, porque en Colima tienen nada más 90 años de experiencia haciendo lo que mejor saben hacer: sacar provecho del pueblo.
Afortunadamente, también la esperanza se sigue fortaleciendo con procesos de construcción de lo nuevo. En barrios y comunidades sigue creciendo la semilla de un Colima sin saqueadores, de miles de personas que están convencidas de que no quieren que vuelva el oscurantismo de los ladrones que gobernaban con el único objetivo de hacer negocio a costa de la gente.
La batalla es esa: seguir apostándole a la construcción de una sociedad con derechos, con oportunidades, con una repartición justa de la riqueza, con la creación de más programas sociales que beneficien a todas y todos.
Mientras los opinadores ayudan a los que gobernaron terrible y que quieren volver, mientras esos tres grupos mencionados van alimentando lo amargo, la gente junto con esta ola transformadora debe apostarle a la esperanza.