No dejar que nos quieran arrebatar la esperanza
Por Yaomautzin Olvera
Pareciera ser que el nuevo siglo, este gigante recién llegado, en el mismo momento de su aparición se apresurase a condenar al optimista del futuro al pesimismo absoluto, al nirvana civil.
-¡Muerte a las utopías! ¡Muerte a la fe! ¡Muerte al amor! ¡Muerte a la esperanza!- truena el siglo veinte en las descargas de fusil y en el estrépito de los cañones.
-¡Resígnate, miserable soñador! ¡Aquí estoy yo, tu esperado siglo veinte, tu “futuro”!…
-¡No!- responde el insumiso optimista-: ¡tú solo eres el presente!
León Trotsky
Dum spiro, spero!
(Mientras hay vida, hay esperanza)
Es verdad, que estos tiempos han sido difíciles a nivel global para nuestra humanidad. Seguimos conviviendo ya con una pandemia que comenzó en enero de 2020, que se llevó a nuestros seres queridos, conocidos y que no parece cesar. En diversos Estados de Europa comenzaron a proliferar con más fuerza los movimientos nacionalistas y fascistas que no hicieron más que desencadenar el rancio odio racial que estaba ahí sin despertar. Además, en muchos países se disparó la carestía y millones de trabajadores quedaron en el desempleo. Hoy mismo, las tensiones escalan entre Rusia y Estados Unidos y se percibe nuevamente esa preocupación legítima de los pueblos por la posibilidad de una nueva guerra imperial.
Este no es pues es el mejor de los mundos ni la mejor realidad. Pero hay que pensar que otro mundo sí es posible, y que otras realidades pueden construirse como decía Julio Anguita desde la rebeldía, ese grito de la inteligencia y de la voluntad que se presenta frente a esta realidad y le grita a la cara: “Yo no asumo esta podredumbre y por tanto lucharé contra ella mientras viva”.
Y es que frente a los momentos difíciles de inseguridad que podemos estar pasando no faltan quienes apelan al pesimismo y la desilusión como armadura, elevan sus consignas como loas: “¡Muera la utopía! ¡Muera la fe! ¡Muera el amor! ¡Muera la esperanza!”
Esos agoreros del miedo y la desilusión olvidan que vivimos tiempos interesantes, tiempos de transformación donde el pueblo ha tomado poco a poco consciencia de quienes eran sus verdugos y abusaban de los puestos de poder para satisfacer sus más profundos deseos vanales como la codicia.
Olvidan que los procesos de transformación se cocinan lento, que toman tiempo, y que hay que construirlos entre todas y todos. A ellos hay hay que decirles como escribiera un joven León Trotsky allá por 1901:
“- Dum spiro, spero! ¡Mientras hay vida, hay esperanza! –exclama el optimista del futuro [….] ¡Y mientras viva voy a luchar por el futuro, por un futuro radiante y luminoso, cuando el hombre, fuerte y bello, dominará la corriente espontánea de su historia y la dirigirá hacia horizontes de infinita belleza, alegría y felicidad!…”
Por que es nuestra transformación su miedo… Y entonces gritamos ¡Dum spiro, spero y que viva el futuro!, porque tenemos esperanza en el mañana que estamos construyendo, porque luchamos codo a codo para conseguir como escribiera Simón Bolívar ese gran poder que sólo existe en la fuerza irrestible del amor.
Y es que el amor para un revolucionario lo es todo: el combustible que nos da la fortaleza que la realidad nos trata de arrebatar, y como dijera el Che los revolucionarios verdaderos estamos guiados por grandes sentimientos de amor.
Por eso debemos insistir con perseverancia y determinación en los más profundos sentimientos que tenemos los seres humanos: la alegría, la unión, la justicia social, el afecto, el compromiso, la vida, la dignidad…
Como escribiera mi compañero y amigo Jonathan: “Hay viajes que nos obligan a preparar maletas y en el mejor de los casos, emprender el camino cargados de ilusiones. Pero hay otros más fríos, en los que solo el miedo figura en el equipaje. El mío es de otro tipo, el eterno viaje sin retorno, con destino infinito que mantiene en el horizonte la única palabra: esperanza. Con ella se respira, con ella se despierta, con ella se camina. Y así, paso a paso se construye la senda de lo que uno verdaderamente es.”
Luego entonces no podemos vivir sin ella. No podemos construir nada desde la desesperanza, ni transformar la realidad desde el miedo y la zozobra. ¿Qué hacemos? Me pregunto, mientras escribo estas líneas… ya sé… Defendamos pues el amor, la alegría y la poesía de la vida misma que se niega a esta realidad que nos quiere condenar al pesimismo.
¡Que viva el amor! ¡Que viva la alegría! ¡Que viva la esperanza!