«No se preocupe señora, ahorita nos arreglamos»
*Siendo un delito electoral, el candidato del PRI-PAN-PRD a una diputación local, Paco Rodríguez, compraba voluntades con rifas de productos para el hogar.
Son las siete de la tarde y la gente empieza a llegar. Acercan sillas traídas de Comala, ¿serán del Ayuntamiento? A nadie parece importarle. La gente llena un boleto con sus datos, lo depositan en una urna y se quedan con el talón mientras la contraparte de la ilusión es depositada en una caja de cartón que anuncia los huevos de la despensa básica que se repartió temprano ese mismo día, cuando fueron a invitarlos a un supuesto festejo por el día de las madres.
Luego llega un hombre que se hace pasar por Juan Gabriel para cantar un rato. Es apenas el preámbulo. Después vienen los políticos, saludan, sin sana distancia ni tapabocas. Pasan al frente, sueltan sus discursos y regalan pozole. Hay un poco de discusión, porque no ajusta la comida. El evento sigue. Cada uno de los políticos dice sus ideas, mientras la gente aburrida, no tiene más que escuchar sus descaradas pretensiones. Están esperando la rifa.
Después de dos horas, como a eso de las nueve treinta de la noche inicia por fin del sorteo. Los números previos a la pantalla plana son para obsequiar utensilios de cocina y artículos personales. A unas mujeres les entregan unas cucharas de palo -«para que no se raye el teflón cuando le cocine a su marido»- dice Paco. A otras, premios que incluyen maquillaje -«para que se arregle y reciba a su marido bien bonita»- comenta el mismo. Nadie parece incomodarse por sus comentarios sexistas.
Son casi las 11 y el permio mayor no sale. Todos desean esa pantalla plana. La ilusión de todos y todas está puesta en su pedazo de papel. Están atentos, escuchando los números que salen de la boca del candidato, quién mezcla la lectura de los números con pequeñas bromas: “¡Que levante la mano la que va a votar por Paco!”. Las mujeres la levantan, esperando que pronuncie de una vez por todas los números que con cansancio esperan.
Por fin, el momento esperado: dicen el número y alguien canta que ese número es suyo, pero al acercarse a reclamar su premio, este no le es entregado. Toda la gente alega, pues esa señora ya recibió antes una cuchara de palo. El ambiente se tensa. ¿por la pantalla plana? ¿Por la rifa? ¿por el candidato que provocó esa dinámica? ¿por la pobreza de la gente que los hace aguantar políticos con tal de tener un premio? Gritos y manoteos, inconformidades, desilusiones y molestia genera la rifa fallida.
Dos mujeres al frente se dirigen al resto de las personas, molestas porque no las dejan recoger el premio tan anhelado. Sin embargo, el tal Paco las apacigua – “no se preocupe señora, ahorita nos arreglamos”- le dice Paco a la mujer molesta que reclamaba el premio mayor de la noche. Este procede a guardar el boleto con el nombre de la susodicha, con la promesa de hacer tratos con la ciudadana, una ves terminado el evento. ¿Cuál habría sido el acuerdo? No lo sabemos.
Después del altercado se vuelve a sacar otro número y ahora el resultado no es motivo de protesta y el premio es entregado. Las caras denotan el cansancio. ¿Qué más falta? Irse nomás. En casi cuatro horas de parafernalia política todas estas personas, por un momento, pensaron que su suerte podía cambiar. Por un momento pensaron que de la mano de este político tendrían un poco de felicidad.
El evento acabó y todos se fueron pensando que los cambios no llegan de la mano de un político de estos, de los del viejo régimen. Saben que este 6 de junio tendrán que elegir diferente. Por lo menos a alguien que no necesite que sean pobres para explotar su pobreza en cada campaña electoral. Alguien que pueda ofrecer algo más útil que un plato de pozole y un vil televisor.