Porfirio Muñoz Ledo

Por Martí Batres

El autor es Senador de la República

Pensé no escribir más sobre Morena, pero indigna el trato calumnioso a Porfirio Muñoz Ledo.

El desbordado gasto publicitario no fue suficiente para ganarle. Ahora se apuesta al desprestigio para bajar su aceptación. No es justo.

Porfirio es uno de los héroes cívicos de la lucha democrática que cambió a México.

Su nombre está en la lista que leyó Andrés Manuel López Obrador en su cierre de campaña de 2018, junto con los jóvenes del 68, Valentín Campa, Demetrio Vallejo, Rubén Jaramillo, Othón Salazar, Alejandro Gascón Mercado, Heberto Castillo, Cuauhtémoc Cárdenas, Salvador Nava, Manuel Clouthier, Ifigenia Martínez, Rosario Ibarra de Piedra, José María Perez Gay, Arnaldo Cordova, Luis Javier Garrido, Hugo Gutiérrez Vega, Julio Scherer Garcia, Sergio Pitol, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Fernando del Paso y Carlos Payán.

Aún en la época en que formó parte del viejo régimen se distinguió. Promovió el pensamiento social. Buscó el acercamiento con la socialdemocracia europea. Llevó el salario a su máximo histórico como secretario del Trabajo.

En 1988 fue protagonista de la insurgencia democrática que rompió al partido de Estado y dio lugar a las primeras elecciones competidas en la historia de México.

Interpeló al presidente Miguel de la Madrid. Y como primer senador de la oposición, fustigó a los representantes del neoliberalismo. Llevó el debate a la Cámara Alta desacralizando un recinto petrificado.

Fue el negociador de la reforma que condujo a la elección democrática del gobernante de la capital del país en 1994-96.

En 1997 protagonizó la primera contestación de un informe presidencial desde la oposición. Lo hizo con radicalidad y elegancia. Y formó parte, junto con Pablo Gómez y otros, del grupo de legisladores que reformó el Congreso y estableció las bases sobre las que funciona hasta ahora.

En el 2006 articuló una enorme constelación de intelectuales, artistas y académicos para la primera campaña presidencial de AMLO.

En la fundación de Morena participó en su Consejo Consultivo. Y como reformador incansable fue actor principal de los acuerdos de la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México.

Muñoz Ledo es uno de los escasos políticos intelectuales. Y forma parte de esa generación presente en responsabilidades de primer nivel en los días de la cuarta transformación, como Bernardo Bátiz, Javier Jiménez Espriú, José Agustín Ortiz Pinchetti, Alejandro Gertz Manero y muchos otros.

Del otro lado se encuentra Mario Delgado, cuya trayectoria político-ideológica difícilmente expresa la naturaleza anti-neoliberal de Morena.

Como integrante del gobierno de la Ciudad de México, entre el 2006 y el 2012, Delgado contrató a Pedro Aspe para definir la estrategia sobre la deuda local. Apoyó las reformas sobre asociaciones público-privadas que promovió Felipe Calderón e impulsó —como lo detalló Julio Boltvinik en La Jornada el viernes pasado— la ley de protección social para derogar derechos sociales como la pensión de adultos mayores y convertirlos en simples ayudas, tal como lo recomendaba en ese momento el Banco Mundial.

Como senador de la República, Mario Delgado votó en contra de la reforma energética, pero aprobó todas las demás reformas de Enrique Peña Nieto: educativa, fiscal, financiera, telecomunicaciones, política, etc. Su apoyo al proyecto de transformación es tan reciente como entusiasta fue su respaldo al Pacto por México en su momento. No hay ruptura ideológica.

Se critica ahora a Porfirio Muñoz Ledo porque le alzó el brazo a Vicente Fox cuando Salinas no quiso reconocer su triunfo en Guanajuato. O porque apoyó a Fox en el 2000 dentro de la llamada oleada del voto útil. Sin embargo, Porfirio rompe con Fox cuando solicita el desafuero de AMLO en 2004 mientras que Mario Delgado promueve en 2011 las alianzas con el PAN que le robó la Presidencia a AMLO.

Los méritos de Porfirio van mucho más allá de la actual coyuntura. Es alguien que se ha ganado el respeto.

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