La arrogancia del fracaso
Por Jonathan Núñez
En la visita a Colima del Presidente Andrés Manuel López Obrador pudimos ver claramente que quien es experto en alentar y organizar abucheos en su contra es el propio gobernador del estado Ignacio Peralta junto con su maquinaria.
Nada más pronunció una palabra y la rechifla y expresiones de desaprobación contra él, resonaron en el evento. En lugar de tomarlo como un termómetro para ser autocrítico y reflexionar con madurez la derrota aplastante que ha sufrido su partido junto con los pésimos resultados de su administración, el gobernador se envalentonó y retó al público asistente, a sus gobernados, morenistas, panistas y hasta priistas, menospreciando un clamor popular para calificarlo de algo armado. Cual niño caprichudo que ha sido regañado en público, se portó arrogante, aún sabiendo que le quedan menos de 3 años y que el PRI está en decadencia, contando sus últimos momentos.
Dos días antes, algunos medios afines (como el diario de Colima, periódico dirigido por su familiar directo) difundió como cierto un documento apócrifo en el que supuestamente, el partido Morena le ordena a sus simpatizantes abuchear al mandatario estatal de oposición en cada una de las entidades federativas, durante los eventos presidenciales.
La noticia nadie se la creyó, excepto los gobernadores que ya han pasado por ese abucheo, echándole la culpa a una conspiración orquestada desde las bases morenistas. ¿A caso no se les ocurrirá que los abucheos son consecuencia de un hartazgo legítimo de la gente? ¿A caso en Colima por ejemplo, las cosas avanzan en armonía y vivimos felices y seguros? ¿A caso pensaban que iban a escuchar sólo aplausos falsos y obligados como antes? Esta estrategia de hacerse las victimas no hizo mas que encender el ánimo de la gente que siente cada vez más una decepción y coraje por el antiguo régimen.
El gobernador Peralta Sánchez, humillado por sus gobernados y en la cara del presidente, optó por demeritar a su pueblo, insistiendo en la versión difundida por la cúpula priista. Con tono burlón le gritó a su público: ¿le van a seguir o ya terminaron?, generando más crispación en el pueblo que fue a ver a Andrés Manuel, no a él. Su discurso era totalmente planeado para un escenario en donde iba a ser abucheado.
El presidente por su parte, con una maestría que dejó infinitamente reducido al gobernador, dejó el tema para el final de su discurso y como ya es costumbre en el hasta ahora considerado como uno de los mejores presidentes del mundo, expresó su respeto y admiración al pueblo y ridiculizó a Nacho Peralta cuando hizo que la gente le respondiera a mano alzada en señal de afirmación: que pare la mano quien respeta al gobernador.
Todavía, los gobernadores abucheados amenazan con recurrir a defensas jurídicas y leguleyas para evitar que les sigan gritando en plazas públicas. Es el colmo, lo último que un representante popular debe pensar. Les sale lo autoritario, quieren un público que sólo los vea y les aplauda. Les aterra un pueblo que les grite sus verdades.
Hay un abismo entre el concepto que tiene Andrés Manuel sobre su pueblo y el que tiene un grupo de políticos que se sintieron amos y señores del país y caciques en sus estados y que ahora no lo son.
Por un lado, los caciques culpan al pueblo de sus desgracias y los tachan de todo, incluso de ser autómatas; para ellos no cabe la idea de que el pueblo piense por sí mismo, lo consideran incapaz de tener una opinión propia; en cambio el presidente, siempre reconoce en las y los mexicanos valores de generosidad, esfuerzo y bondad. Es clara la diferencia entre esta forma de tratar a la ciudadanía con aspiraciones a la transformación que contrasta con la otra, la de los de siempre, que buscan que nada cambie.
El tono burlón y arrogante del gobernador de Colima muestra desesperación, señal de que él y su grupo político se aferran a lo último que les queda para no resentir el fracaso en el que viven y para poder rescatar un poco de la debacle que se les avecina.
Tal vez, en poco más de dos años, seguirá haciendo berrinches y ahora el pueblo le dirá: ¿le va a seguir o ya terminó?