¡Quemémoslo todo! ¿Y luego qué?

Por Citlalli Hernández

Jamás estaré en contra de ningún método de lucha; yo misma, cuando era más joven, formé parte de movimientos aparentemente ‘más radicales’.

Con el tiempo entendí que podía vivir años frustrada, sólo actuar en momentos coyunturales y ver como al final nada cambiaba, al contrario, las cosas en México, empeoraron. Entendí que podía seguir en ese camino o elegir uno más profundo y menos fácil, que aunque ameritara más tiempo y mucho más trabajo, era más radical y daría más resultados.

Me acepté en las filas de la REVOLUCIÓN DE LAS CONCIENCIAS, con un actuar constante y permanente en todos los ámbitos de mi vida, porque estoy convencida de que es la mejor manera de que cambien las realidades, aunque ello lleve más tiempo.

En estos últimos tiempos, creo que hay una trampa muy perversa en la violencia y lo que se denomina la ‘ACCIÓN DIRECTA’ (repito: sin criminalizar ni demeritar ese método de lucha, mucho menos, por supuesto, me asusto).

¿A quién le conviene que las nuevas generaciones le miren como ÚNICO método para cambiar lo que no nos gusta?

Podemos quemarlo todo, romperlo todo (seguro que tenemos razón), pero el sistema económico y político que no nos satisface seguirá ahí, las desigualdades seguirán reproduciéndose. Mientras no seamos en serio radicales y vayamos a la raíz de todo y modifiquemos las estructuras y asumamos nuestras luchas hasta el final de nuestras vidas, nada va a cambiar. Lo inmediato no existe.

El poder en el mundo y en la mayoría de los países, lo tienen los poderes fácticos: el poder económico, mediático, las grandes empresas, los grupos de intereses, etc.

En el caso de México, durante décadas han existido movimientos y organizaciones que han cuestionado el estado de las cosas. Somos herederos de todas esas luchas (no importa el método con el que se hayan dado). Ahora vivimos un momento de transformación nacional que no se concretara si el poder no se concentra en el PUEBLO.

Hace dos años, la gran mayoría del pueblo de México eligió un cambio de gobierno. Pero no termina todo saliendo a votar, el acto cívico y popular apenas inició. La transformación debe ser gubernamental y política, pero sobre todo SOCIAL y CULTURAL, estructural.

Andrés Manuel López Obrador está dando una batalla contra quienes realmente gobernaban nuestro país y están enojados porque ahora no tienen rienda suelta. No es lo mismo tomar el gobierno, que tomar el poder. Lo último es más complejo y tardado. Pensemos quiénes realmente gobernaban detrás de los títeres que tuvimos de presidentes. ¿Los medios? ¿Los empresarios? ¿El crimen organizado?

Soy una convencida de que AMLO quiere quitarle el poder a los de siempre para cada vez otorgarlo más a la gente, pero el debate político se ha ensuciado por una derecha tramposa, perversa y llena de odio; y algunos medios, los grandes medios, quienes han tenido mucho poder en otros sexenios, nos están haciendo mirar muy abajo, nos señalan sólo una parte del discurso de Palacio y no las acciones de gobierno. Minimizan la transformación y la reducen a un solo hombre.

Sepan que la revolución de las conciencias y el poder popular es uno de nuestros objetivos principales y más radicales…

¡Quemémoslo todo!, ¿y luego qué? Mientras el poder no sea del pueblo, nada va a cambiar. Y los poderosos, los grupos de intereses, los enemigos del pueblo, seguirán saliéndose con la suya y burlándose de nosotros; ellos son felices cuando la salida es esa.

¿Le temerán más a un PUEBLO ORGANIZADO o a actos dispersos rompiéndolo todo?

Créanme que le temen más a la acción organizada, comunitaria y de conciencia; cuando la ciudadanía no se deja llevar ni por el miedo, ni por la desinformación, cuando se juntan la organización comunitaria y la conciencia se subleva contra la injusticia, la ignorancia, el terror y la barbarie.

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