La política migratoria de Donald Trump: un proyecto de exclusión, odio y miedo

YAO

“Sueñan las pulgas con comprarse un perro
y sueñan los nadies con salir de pobres,
que algún mágico día
llueva de pronto la buena suerte,
que llueva a cántaros la buena suerte;
pero la buena suerte no llueve ayer,
ni hoy, ni mañana,
ni nunca,
ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte,
por mucho que los nadies la llamen
y aunque les pique la mano izquierda,
o se levanten con el pie derecho,
o empiecen el año cambiando de escoba.

Los nadies:
los hijos de nadie,
los dueños de nada.
Los nadies:
los ningunos,
los ninguneados,
corriendo la liebre,
muriendo la vida,
jodidos,
rejodidos:
que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal,
sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies,
que cuestan menos que la bala que los mata.”

Eduardo Galeano

Desde su irrupción en la escena política, Donald Trump ha utilizado la migración como un instrumento de manipulación discursiva. Ya desde su campaña presidencial en 2016, Trump comenzó una retórica de odio que se ha institucionalizado en políticas profundamente deshumanizantes.

El corazón ideológico de su política migratoria es la exclusión, la de convertir al migrante en enemigo, la de externalizar las culpas internas de un sistema desigual hacia los cuerpos racializados y empobrecidos que llegan desde el Sur global.

Durante su primer mandato presenciamos la separación de familias en la frontera sur, niños enjaulados en centros de detención, el fin de la política de DACA, y la construcción de un muro que fracturó comunidades. Su mensaje es claro: aquí no caben todos, y menos quienes encarnan el rostro del otro, de los nadie, de los abajo, de quienes están afuera y no dentro.

El trumpismo encarna una política migratoria que responde a un modelo de neofascismo y capitalismo neoliberal. Su retorno al poder en 2025 reactivó estas lógicas con renovado fervor: lo vimos los días pasados en las redadas del ICE en Los Ángeles, en la militarización de barrios enteros, con el uso de la Guardia Nacional y los marines contra civiles desarmados. Todos, actos de guerra simbólica y material contra quienes caminan por la tierra buscando una vida mejor.

Es evidente que lo que busca, no es consolidar su política migratoria, sino más bien instaurar una forma de Estado donde la exclusión, el odio y el miedo sean los ejes rectores.

Frente a este proyecto excluyente, violento y colonial, debemos impulsar como humanidad la idea de que la migración es un derecho, una forma de vida y una expresión legítima de lucha por la dignidad de los puebles. Desde allí, desde esa otra mirada, es que debemos posicionarnos.

Las fronteras no solo dividen geografías: dividen derechos, dividen humanidad.

“No fronteras, no banderas, no a la autoridad.

No riqueza, no pobreza, no desigualdad.”

Mestizaje, Ska-p

La migración no es un crimen. Es una respuesta legítima y humana a contextos estructurales de desigualdad, muchos de ellos heredados del colonialismo y del intervencionismo ramplón del Norte global sobre el Sur. Las personas migrantes no son una amenaza: son sujetos de derechos, portadores de culturas, memorias y dignidades que enriquecen los territorios que pisan.

Por eso es que lo que presenciamos en Los Ángeles no es un fenómeno aislado, sino la continuidad de una maquinaria sistémica que a lo largo de la historia ha jerarquizado vidas y fronteras. El pensamiento de Simón Bolívar (que soñó con una Patria Grande que desbordara los límites del Estado-nación) hoy cobra vigencia como horizonte ético y político. En cada migrante que huye de la violencia, en cada joven que desafía el miedo para buscar un futuro mejor, un furturo digno, en esos rostros, habita ese pensamiento bolivariano de unidad, justicia y autodeterminación de los pueblos.

Las calles de Compton y Paramount nos recuerdan que el verdadero conflicto no es entre personas legales e ilegales, sino entre un autoritarismo que se cierra sobre sí mismo y la idea de comunidad, internacionalismo, solidaridad e interculturalidad.

Hoy más que nunca, es necesario reivindicar la migración como una forma legítima de habitar el mundo. No podemos permitir que los rostros del odio se impongan sobre la memoria de los pueblos, sobre “un mundo donde quepan muchos mundos”, mensaje que hoy cobra especial significado.

Los hechos que estamos presenciando son eso: nos interpelan como humanidad en cada frontera, en cada rincón, de Los Ángeles a Gaza, en la lucha por los derechos de los latinos en Estados Unidos, en la resistencia del pueblo palestino, en cada cuerpo ser humano marcado por desplazamiento, y en cada umbral que nos invita a levantar puentes en lugar de muros.

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