El Papa Francisco: Un legado de humildad y justicia

Columna: Estación Esperanza
Por: Vladimir Parra
“La única forma lícita de mirar a alguien de arriba para abajo es cuando uno le da la mano” -Papa Francisco.
El pasado lunes, el mundo despertó con la triste noticia del fallecimiento del Papa Francisco tras complicaciones de salud. Jorge Mario Bergoglio, el primer papa latinoamericano, jesuita y del sur global, dejó un legado imborrable en la Iglesia Católica y en la humanidad.
Francisco asumió el papado el 13 de marzo de 2013, tras un cónclave donde no era favorito. Su discurso previo, que abogaba por una Iglesia en las calles, cercana a la gente, frente a una encerrada y “narcisista”, resonó profundamente. Elegido tras cinco votaciones, adoptó el nombre de Francisco, inspirado por San Francisco de Asís, tras un consejo de su amigo, el cardenal Claudio Hummes: “No te olvides de los pobres”. Desde entonces, su humildad, austeridad y amor por los marginados definieron su pontificado.
Su última aparición pública, durante la bendición Urbi et Orbi tras la misa de Resurrección, reflejó su compromiso hasta el final. A pesar de su frágil salud, emitió un mensaje de paz, exigiendo un cese al fuego en Gaza, la liberación de rehenes y ayuda humanitaria. “Quisiera que volviéramos a creer que la paz es posible”, afirmó, soñando con una luz de esperanza desde Tierra Santa para el mundo.
Francisco fue un reformador audaz. Su pontificado se caracterizó por cambios estructurales y pastorales que desafiaron el status quo de la Iglesia. Reformó la Curia Romana en 2022 para mayor transparencia y colegialidad, combatió la corrupción financiera en el Banco Vaticano y promovió la sinodalidad, involucrando a laicos y marginados en la toma de decisiones. Su encíclica “Laudato Si” (2015) marcó un hito en la lucha contra el cambio climático, además de defender a pobres, migrantes y excluidos, y ser crítico del capitalismo desenfrenado y la “globalización de la indiferencia”.
En temas morales, mostró apertura: apoyó un trato más inclusivo hacia los divorciados y las personas LGBT, declarando que “son hijos de Dios”, y revisó el Catecismo para rechazar la pena de muerte. Enfrentó los abusos sexuales con nuevas leyes y una Comisión para la Protección de Menores, aunque no sin críticas por la lentitud en algunos casos. Diversificó el Colegio Cardenalicio, nombrando cardenales de periferias, y fortaleció la autonomía de las conferencias episcopales.
Sin embargo, sus reformas enfrentaron resistencia. Las élites eclesiásticas y sectores conservadores, especialmente en Estados Unidos, lo acusaron de romper con la tradición. Sus críticas a ideologías “retrógradas” y su denuncia del neoliberalismo le ganaron detractores, pero también el cariño de millones que vieron en él a un líder humano, cercano y comprometido.
Francisco fue más que un papa; fue un símbolo de esperanza en tiempos de crisis. Su humor, sencillez y solidaridad, su rechazo a los lujos y su visión de una Iglesia misionera que escucha a todos por igual, resonarán por generaciones. Nos enseñó que el verdadero liderazgo nace del servicio y que la paz, la justicia y el amor son posibles si nos atrevemos a tender la mano.
Sin duda, su liderazgo sabio, lleno de sencillez y humildad hará falta en el mundo en estos tiempos difíciles y de retos apremiantes y colectivos.
Que en paz descanse el Papa Francisco.